18 de diciembre de 2009

De turismo por Buenos Aires











Viví más de veinte años en Buenos Aires, trabajé, me casé, tuve tres hijos y un día decidí que necesitábamos algo más de tranquilidad y espacio y nos vinimos al sur. Durante todo ese tiempo apenas vi  la ciudad, el ajetreo diario, las obligaciones, el ir de una casa a la otra, o la juventud de ese entonces no me permitieron ver los hermosos edificios, los paseos, las curiosidades, los lugares de interés que tiene esta ciudad. Ahora que ya estoy con la mente despejada y receptiva me asombro de aquello que miré sin ver.
Con unos amigos que casi no conocían Buenos Aires hicimos una recorrida por los lugares más emblemáticos y representativos, un safari fotográfico que duró tres días. Fuimos al Puerto de frutos, en El Tigre y recorrimos  el delta maravilloso del río Paraná y el río Uruguay que se deshacen en innumerables islas e islotes antes de darles sus aguas marrón-rojizas al majestuoso río de la Plata. En un catamarán navegamos los brazos de agua rodeados de vegetación, viendo las viviendas típicas isleñas asentadas sobre pilotes para protegerse de las crecidas, nuevos sitios turísticos con todo el glamour para ofrecer a los visitantes extranjeros y un sinnúmero de embarcaciones de todo tipo y a todos los fines surcando el laberinto de canales. Ya en tierra, una incalculable cantidad de pequeños y grandes negocios, ofrecen todo lo imaginado a precios supuestamente económicos. Un mar de gente que hace filas esperando una mesa para almorzar y finalmente el regreso, 50 km de autopista congestionada de tránsito para llegar a la ciudad.
Al día siguiente un tour por la ciudad: barrios tradicionales y antiguos como San Telmo y su plaza de artesanos, La Boca, con su mítica Bombonera y la enefable calle Caminito. Después la otra cara: Puerto Madero, un antiguo puerto con galpones y bodegas que han sido remodelados para convertirse en restaurantes de lujo y una creciente edificación ultramoderna de grandes hoteles internacionales y oficinas vidriadas que reflejan nubes y cielo. De la oscura y ruinosa vida anterior pasó a ser el lugar más caro y lujoso de la ciudad. Ocurre en algunos otros lugares del mundo también.
Por último la casa de gobierno, la catedral, el cabildo y la tradicional avenida de Mayo, tan parecida a la Gran Vía madrileña, con sus cafés y sus hoteles y el obelisco, ese gigante mudo que no sabemos qué significa y que aparece siempre que se nombra a Buenos Aires. La Recoleta, un cementerio de ricos y notables, en un barrio que se puebla de artesanos los días feriados. Palermo, un parque que es el pulmón verde de la ciudad y la costanera, desde donde no se alcanza a ver la otra orilla del caudaloso río de la Plata, sólo sus aguas color de león, que arrastran camalotes y tierra roja misionera.
El viaje se termina, la vuelta es larga: 1200 km de ruta cruzando ese desierto que una vez nos condujo a una vida más tranquila, al Alto Valle del río Negro.